Lo felicitamos por su gran trabajo en el concurso y como parte de la premiación el songfic que escribió será publicado aquí, en el blog del foro.
"La Isla Encantada"
Canción : Usan no Kaori (Fishy Aroma) de ラック眼力, E. Kida
En un cuarto oscuro y abandonado en una isla solitaria, un joven peliblanco cruzó la puerta de la estancia con una linterna en mano. Las paredes bien decoradas y una gran alfombra roja (aunque polvorienta) elegante, no eran nada comparados con el espectáculo dorado que el joven tenía delante de él: una enorme montaña de lingotes de oro, todos con un águila de un solo ala grabada en el dorso de cada uno. La linterna cayó de la mano de él, estaba fascinado… o más correcto sería decir que estaba extasiado de placer, pues había conseguido su mayor sueño. El nombre del joven era Kumasawa Sato, y siempre había escuchado de la boca de su abuela que había un tesoro escondido en la isla de Rokkenjima, un tesoro que superaba cualquiera que él pensara. Los demás familiares siempre quisieron quitarle a su abuela de la cabeza el contarle esas historias al joven Sato, pero este quería saber más y más.
Empezó a investigar sobre la isla cuando su abuela falleció en aquel accidente el día 5 de octubre de 1986, día tras día leía cosas relacionadas con tesoros o riquezas inmensas por si alguna concordaba con la localización de la isla, pero nunca encontró nada. Llegó a la conclusión, años después, de que sería mejor ir él mismo a visitar la isla. Pasó un tiempo leyendo sobre un epitafio y sobre una bruja dorada, pero sobre todo descubrió información acerca del tesoro. Fue un día, cansado de investigar en la isla, cuando se puso a descifrar el epitafio de aquella bruja, hablaba de crepúsculos y demás: llego a la conclusión de que eran la advertencia de un asesinato. Las provisiones que había traído se le acabaron pronto, por lo que tuvo que volver a su hogar, pero volvería al mes siguiente.
Una vez al mes investigaba sobre el lugar, y fue el día en el que se le ocurrió ir a la capilla de la isla, cuando descubrió el tesoro. En un muro, en un patio frente a la capilla rodeado de cabezas de leones, había una palabra mal escrita, -¿Qué podría ser?- se preguntó. A su mente llego el epitafio y el número de crepúsculos coincidía con el de las letras, así que se le ocurrió jugar con ellas guiándose por el epitafio. Quitando letras y colocándolas en el orden correcto como botones llegó a formar la palabra correcta, y luego las fue quitando según el epitafio de la Bruja Dorada dictaba. Cuando todas las letras fueron extraídas de la pared, un sonido rocoso se produjo. Sato se giró y no vio nada raro, sin embargo aquel sonido debería de significar algo. Quedo durante un par de horas allí hasta que al fin observó que las cabezas de los leones habían cambiado de posición, guiando hacia un punto en el bosque de la isla.
El corazón de Sato latía fuertemente: estaba cerca de su sueño. Siguió a las cabezas y terminó llegando a una entrada en lo profundo de un camino en el bosque, entró por aquella puerta escondida y bajó por una escalera de caracol bastante larga. Al final había una puerta y allí dentro.
-El tesoro… - dijo Sato dejando caer la linterna sobre la alfombra roja y gritando un enorme “Yahoo” soltando toda su alegría.
Se acercó al montón de oro y lo abrazó, diciendo que era “La isla de sus sueños”, lo repitió un par de veces pero al final la frase resultante terminó variando a “Es el tesoro de mis sueños”. Él era el único que sabía de la ubicación del tesoro, él era el único que había conseguido llegar hasta allí. El tesoro era todo suyo, no había nada que lo detuviera a partir de ese momento.
Quedó unos instantes acostado al lado del oro, las historias que su abuela le había contado eran ciertas, y eso era lo que más le llenaba: a veces llegó a pensar que eran historias de viejas pero siempre se quitaba esa idea de la cabeza, siempre tuvo fe.
Sin embargo no pasó mucho tiempo hasta que se escuchó un ruido en la entrada de la estancia, Sato se asustó y su mente viajó a la velocidad de la luz, -¡No debería de haber nadie en esta isla!- pensó. La puerta se abrió poco a poco y quedó entreabierta. El joven corrió a coger su linterna y cuando la alcanzó señaló con ella a la entrada, sin embargo no había nada salvo un fino hilo de agua que pasaba por la puerta. No sabía de donde venía el agua, ni quien había abierto la puerta, por lo que decidió salir al exterior a saber que ocurría.
Sus pasos chapoteando agua sonaban por toda la escalera de caracol, un sonido húmedo e impactante que se hacía más fuerte con el eco del lugar. Una vez en la salida vio que la puerta de la escalera estaba abierta y que fuera estaba lloviendo. Se llevó una mano al pecho relajado, solo llovía.
-No solo llueve, desconocido.
Una voz femenina y pícara sonó en la oreja del joven, asustado este tropezó gritando y descendió de cabeza un par de escalones. Sintió dolor durante unos instantes, pero se le pasó cuando miró directamente a su acompañante: una mujer de vestimentas violetas, pelo blanco como el suyo y un sombrero decorado ligeramente torcido a un lado.
-¡¿Quién eres?! - preguntó asustado.
-Lo sabrás si me acompañas… - dijo la mujer con voz lenta y relajada.
Tuvieron una conversación sobre si ir o no, sin embargo Sato terminó accediendo al ver que la mujer no le dejaría salir a menos que la acompañara. La lluvia cesó poco después y fueron hacia la mansión de la isla, allí la mujer se paró ante el cuadro de la Bruja Dorada, era la primera palabra que decía desde que salieron de la entrada a la estancia del oro.
-Ella fue mi alumna durante un tiempo, y habría querido recibirte pero no es posible para ella ahora, por lo que me gustaría hablar contigo personalmente sobre los trámites de volverte un mago.
-¿Volverme un qué? - preguntó Sato sorprendido.
-Pase al comedor, allí le esperan.
El joven quedó temblando, la palabra trámites no le gustaba nada. Conocía bien la mansión de sus visitas, pero nunca había visto a nadie. Entró en el comedor silenciosamente y allí, en la mesa principal, había siete chicas que hablaban de algo verdaderamente siniestro.
-Parece que ellos dos han conseguido encontrar el oro…- dijo una.
-…Pues me mandaron a atravesarle el corazón…- dijo otra.
-¿Con patatas o con una manzana en la boca? - dijo otra mas.
Las conversaciones no se escuchaban bien debido al ruido, pero Sato iba encadenando las frases hasta que terminó montando la siguiente conversación: “Que él, al haber encontrado el oro, iba a ser asesinado y después devorado por aquellos extraños personajes”. Salió corriendo de la estancia, pero hizo mucho ruido. Seguidamente un sonido metálico sonó detrás de él y poco después sintió en su brazo un roce frío y seguidamente un dolor agudo en su piel.
-¿Qué hace aquí un ser inferior? - dijo una de las siete señalándole.
Sato miró a su brazo, y en él había una herida que sangraba abundantemente. Sus ojos se abrieron de terror, y empezó a temblar incontrolablemente.
-¡Brujas! ¡¡Sois todas brujas!!
El peliblanco salió corriendo del comedor por la puerta y se alejó lo más rápido que pudo, ignoró a la mujer que le había traído hasta ahí y salió de la mansión gritando la palabra “brujas” por todo el camino. Sudaba incontrolablemente, más por el miedo que por el ejercicio. Empezó a llover de nuevo y al llegar a la costa, seguro de que no había nadie siguiéndole, cogió la barca con la que había venido y dijo en voz alta.
-¡No volveré a poner un pie en esta isla! ¡Quedaos con vuestro oro!
Aquellas palabras le dejaron desolado, había traicionado a los cuentos que su abuela le había contado, había traicionado a todo aquello que había creído hasta aquel día. Sin embargo era un ser humano egoísta, siempre quiso ese oro pero a la hora de la verdad se retiró como un cobarde de aquel lugar perdido y azotado por el olvido.
Y mientras se alejaba temeroso, las olas lo azotaban y los relámpagos de una tormenta se cernían sobre él, poco a poco fue perdiendo el control: sentía golpes en la barca y los relámpagos le cegaban. Llegó el momento en el que por un empujón de ola se golpeó con uno de los remos y quedó inconsciente. No pasaron ni diez segundos hasta que el siguiente empujón lo tiró por la borda haciendo que se perdiera por la inmensidad del océano para nunca volver.
Mientras, las chicas estaban mirando desde una ventana de la mansión el panorama: la mujer peliblanca con sombrero se llevaba la mano a la boca en señal de pena, la que le había herido se lamentaba por haber sido tan brusca mientras varias lagrimas caían por su rostro, otra de las chicas dijo que no debería de haber hablado de acuchillar el corazón de nadie con un invitado presente debido a que seguro se asustó por aquello y la ultima estaba con un trozo de carne en la boca y un muslo de pollo en mano mientras decía.
-Sí, el pollo me gusta más con patatas.
Y mientras, en la sala del oro, se escuchaba una voz diciendo.
-Cero… siete, quince... no, once… veintinueve. Ya van veintinueve.
